30 de diciembre de 2007

CUNERO


Con las primeras designaciones de candidatos para las listas electorales llega el eco sonoro y antiguo de la voz «cunero». Los intereses de los partidos en liza conducen a menudo a proponer como candidatos por una determinada circunscripción a individuos que no han nacido en esa región o provincia ni residen en ella. Son los conocidos en la jerga política como «cuneros». La palabra no es hija de la Transición democrática, como creen algunos. Viene de tiempos de la Restauración, cuando el poder caciquil alentaba las preferencias por lo local frente a lo foráneo, aunque el mérito pudiera estar más cerca de lo segundo que de lo primero. Se trataba de defender a capa y espada los intereses propios desacreditando a los advenedizos que, por mucha valía y capacidad que trajeran, no eran «de los nuestros». Se les llamó entonces cuneros porque así eran conocidos los niños de hospicio, los recogidos en las «casas cuna» u orfelinatos. Pero también los caciques recurrían a los cuneros en caso de necesidad, como refuerzos con los que imponer su poder sobre las bases locales. De manera que la palabra quedó en una ambigua zona de nadie, a medio camino entre el desprecio y la alabanza, entre el rechazo y el prestigio. Cuando las listas de un distrito son encabezadas por un cunero de relieve, los votantes se sienten en cierto modo halagados porque eso les otorga un signo de distinción. Y, al revés, los militantes locales del partido miran al cunero como a un «paracaidista» lanzado desde las alturas sin ninguna consideración para con los propios. Cosas de la política.


Publicado en 'Juego de palabras', del suplemento cultural 'Territorios' de El Correo, 22.12.07


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