8 de agosto de 2010

Imagen


No cabe duda de que la gente cuida cada vez más su imagen. Especialmente los jóvenes, ellos y ellas. Da gusto verlos tan acicalados, tan pizpiretos, marcando tendencia. Son conscientes de que vivimos en la era de las apariencias y de que, dada la vertiginosa velocidad con que se suceden nuestros encuentros personales, es forzoso causar una impresión favorable al primer vistazo. Al menos esa es la explicación que nos brindan los sociólogos. Si no caes bien de golpe, estás perdido. De ahí su preocupación por tallarse el cuerpo en el gimnasio y bruñirlo en el solárium. Y los cortes de pelo. Y las cremitas. Y esas arrugas, por Dios, con lo sencillo que resulta pedirle a papá que nos costee un planchado de piel, un recauchutado de labios, una liposucción de flancos. En cuanto a la ropa, hay que salir de casa hecho un pincel, las camisas impecables y los pantalones a la medida exacta. Hasta aquí, perfecto. Un poco obsesivo tal vez, pero señal de cierta inquietud artística y hasta se diría que de respeto por uno mismo y por los demás. Lo sorprendente es que en toda esa operación de alta cosmética se haya desatendido otro signo externo del buen gusto: el uso de la lengua. Ves un chaval aseado, cuidadosamente vestido, de gestos exquisitos y oliendo a nardos, que nada más abrir la boca suelta una ordinariez a medio camino entre el eructo y la cacofonía. O la niña que va hecha un brazo de mar, derramando lisura, se diría que recién bajada de una pasarela de moda, pero que berrea por el móvil a voz en grito con sintaxis balbuciente y léxico de gañán. La extrañeza aumenta con la sospecha de que se expresan así deliberadamente, como si esos tacos o esos solecismos fueran el complemento idóneo para redondear la imagen pretendida. Uno se pregunta quién les ha engañado. De dónde habrán sacado la errónea conclusión suicida de que hablar bien afea el aspecto, y en cambio maltratar el idioma y los oídos ajenos forma parte de la fina estampa. El caso es que ahí van, bárbaros disfrazados de dandys, delicadas damiselas que envuelven una vacaburra, condenados todos a darse el tortazo en las entrevistas de trabajo. Una lástima.


Publicado en Diario de Navarra, 7 agosto 2010

2 comentarios:

Mayor para el fútbol-7 dijo...

Yo no tengo tan claro que quienes hacen las entrevistas de trabajo traten mucho mejor la lengua. Quizá sí, no conozco a ninguno, pero después de ver cómo la descuidan en profesiones que se supone que viven de ella (periodistas, publicistas) o que deberían dar ejemplo (profesores), yo no apostaría mucho por ello. El problema real es que maltratar la lengua no tiene ninguna repercusión práctica negativa para quien lo hace. A dos o tres cascarrabias nos duele la vista (o los oídos) y poco más. Me temo.

Víctor_Izsala dijo...

Buenos días. Lo primero felicitarle por la exactitud del artículo. Y lo segundo, comunicarle que enlazo la entrada en mi blog.
Un saludo.