23 de enero de 2011

EMÉRITO

La Universidad aplica el adjetivo «emérito» en forma de título a los profesores que, habiendo alcanzado la edad de jubilación, prorrogan el ejercicio de la docencia o la investigación o mantienen algún otro vínculo académico con sus centros de enseñanza. Hay quienes, quizá llevados por el proverbial respeto a las canas, lo emparentan con «mérito», creyendo que la condición de emérito lleva aparejado el reconocimiento de una especial valía o de una excelencia singular. No es forzosamente así. La palabra, originaria del latín pero recuperada a través inglés como en tantos otros casos, es el participio del verbo «emereo», que tiene el significado de 'obtener la licencia en el servicio militar'. El ‘emeritus’ latino era, pues, el licenciado en la mili. Por eso «emérito» no es un título restringido al ámbito universitario, sino que puede valer también para otros empleos o cargos. Aunque no se use en estos casos, nada impide considerar emérita a cualquier persona que, retirada por razón de edad, conserva algún beneficio derivado de su anterior actividad. En suma: un sinónimo de «jubilado» o incluso de «pensionista», pues también muchos de éstos cobran por haber trabajado durante largo tiempo. Pero la Universidad sigue haciéndonos creer que sus profesores eméritos son el equivalente doméstico de los doctores ‘honoris causa’ sin hacer distingos entre los verdaderamente notables y quienes, para tormento de sus alumnos, alargan la vida profesional sólo por percibir una mayor retribución o por no sentirse inútiles. Que haya eméritos meritorios no significa que todos los eméritos merezcan el mismo trato de excelencia y respeto.

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