1 de febrero de 2011

MASA CRÍTICA

Cuando el lector oiga hablar de «masa crítica», no piense en una muchedumbre alborotada. El concepto se ha instalado en el repertorio de frases vacías de muchos políticos, traído de la sociología, que a su vez lo tomó prestado de la física. Es esta una ruta bastante común de ciertas palabras y sintagmas, que en origen presentan el significado objetivo de los tecnicismos, que luego caminan hacia cierta abstracción lindante con la ambigüedad, y que más tarde se vulgarizan sirviendo tanto para un roto que para un descosido. Piénsese, por ejemplo, en otro vocablo de moda: «resiliencia», tan exacta cuando se refiere a fenómenos físicos, adoptada después por la psicología de manera más borrosa, y ahora en boca de cualquiera que pretenda referirse a cualidades como el aguante, la fortaleza, la paciencia o el coraje frente a la adversidad. En su sentido de partida, la «masa crítica» es la cantidad mínima que se precisa para que un elemento o sustancia provoque una reacción nuclear en cadena. Por analogía, los estudios sociológicos se refieren mediante ella al número de personas necesario para que un fenómeno se desarrolle y crezca por sí solo. Evidentemente, en la mayoría de los casos ese número es fijado por aproximación: no es posible saber a ciencia cierta cuántos consumidores hacen falta para crear una moda en el vestir. Pero a menudo el político y el economista, y el periodista, tienden a usar «masa crítica» como sinónimo de «población», «colectividad» o «grupo de personas»: «El festival va dirigido a la masa crítica de amantes del cine»; «las nuevas medidas serán bien acogidas por la masa crítica de los estudiantes». No es esto. No está mal que la lengua de los políticos y con ella la de la calle, que la imita, busquen la exactitud de la jerga científica. El mal ocurre cuando la palabrería hueca devora a la precisión.

1 comentario:

Rompe-y-RaSGAE dijo...

¿Quitar a los políticos la palabrería hueca? Tendrán que aprender a hablar por señas.