2 de agosto de 2011

SIESTA


Entre las palabras prestadas por el español a otras lenguas se encuentra siesta. Pero su éxito no se debe al boom turístico de hace décadas que exportó otros términos del buen vivir como paella, fiesta, tapas o flamenco. Viene de tiempo atrás. A mediados del siglo XVII ya está documentada la presencia de siesta en el francés y el inglés, que la adoptan con su significado de origen: el sueño que se toma después de comer. Es la hora sexta de los romanos, que dividían la jornada en cuatro tramos de tres horas, cada uno de los cuales recibía el nombre de una de ellas. La hora prima iba desde el amanecer hasta media mañana; la tercia era el periodo que comenzaba con el final de la tercera hora y acababa al mediodía; la sexta correspondía a las primeras horas de la tarde; y  la nona llegaba hasta el anochecer. En el área mediterránea, las horas comprendidas en la sexta invitan al descanso porque coinciden con la fase más calurosa del día. De ahí la costumbre de la sexta (luego diptongada en siesta), ese sueño más bien corto después de la comida principal. Esta es la única siesta en el sentido etimológico del término. En rigor, no deberían ser llamadas así otras cabezadas que la cultura popular conoce como «la siesta del carnero», «del canónigo» o « del burro», pues son las que se duermen antes de comer. Por cierto, los verbos a los que acompaña siesta como complemento directo de la oración son dormir o echar (una deformación fonética de estar: «estar la siesta» aparece a menudo documentada en los textos antiguos). Debe evitarse el catalanismo «hacer la siesta», no por extendido menos extraño al castellano.

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